He de reconocer que según voy cumpliendo años, me vienen a la memoria todas aquellas cosas que nos enseñaban en el colegio de monjas –no había mucho donde elegir en un pueblo en aquellos años del cuplé-  y a las que, siendo criatura un poco rebelde, no prestaba mucha atención. Los pecados capitales, las obras de misericordia, los virtudes teologales… Las cacareábamos de memoria, como loritos con babi azul celeste, y con eso nos bastaba para salir del paso.  Pero lo cierto es que reflejan a la perfección los vicios del ser humano desde los tiempos más remotos, porque son de una modernidad aplastante. Se ve que no hemos cambiado mucho, aunque tengamos millones de tecnologías.

Que no cunda el pánico que no me ha dado un ataque de espiritualidad, ni de misticismo, aunque cada día practico más la regla  “Vivo sin vivir en mí…” (la verdad,  y tal como están las cosas, puede que fuera lo único reconfortante)  Lo cierto es que tras haber pasado tantos años en estas lides del periodismo enológico, haber conocido a tanto predicador iluminado en palestras enológicas,  y a tanto cursi practicante de la cata de vinos, me viene a la cabeza una de las obras de misericordia espirituales: Enseñar al que no sabe.  ¡¡Qué poco se practica por el amor de Dios!!– y nunca mejor dicho- . y si seguimos con la vena espiritual, qué gran pecado capital es la vanidad. Vanidad de vanidades; todo es vanidad, decía el Eclesiastés.

Volviendo al mundo seglar, que parezco la hermana Paz, no hay nada más patético que un mal maestro, aquel que no quiere que sus alumnos sepan todo lo que se supone que él sabe. Es de una mentecatez y una inseguridad fuera de toda duda. El instrumento del lenguaje es tan importante como la nariz y el gusto, y es una gozada poder complementarlos,  expresar sensaciones y emociones, jugando con todos ellos y haciendo partícipes al común de los mortales, especialmente al que nos lee… ¡¡que hay que cuidar mucho al lector, amigos, que se está convirtiendo en una especie en peligro de extinción!!

Me gusta el término comprehensión, poco usado aunque admitido, porque entiendo que esa hache intercalada nos hace interiorizar mucho más, como si nos hendiera el cerebro, nos traspasara las neuronas y se nos quedara ahí para toda la vida. ¿Le habrá hendido alguna vez las neuronas a nuestros lectores, o público asistente a cata o charla la maloláctica, el terpeno o el mercaptano? Y el brettanomyces? Mucho me temo que no.

Desde luego a mí no me hendió desde mi más tierna adolescencia, todo lo que oía sobre el vino de mi pueblo, el Jerez. Constantemente visitaba bodegas con mi padre, con amigos de la familia, que venían de fuera, y yo no entendía nada de nada. Cierto es que es un mundo difícil de explicar, pero es nuestra obligación acercarlo y encontrar los términos y las expresiones que nuestra rica lengua española nos propicia. Y más ahora, en tiempos de aniversario de Cervantes (la verdad es que no sé cómo hubiera expresado el gran escritor el sistema de elaboración del jerez, dicho sea de paso). ¿Corrimiento de escalas? Hubiera sonado raro, incluso erótico festivo… ¿Sistema de criaderas? Suena a gallinas ponedoras en serie.

Teniendo en cuenta que nuestra terminología enológica es ciertamente confusa, tanto la de mi pueblo como la de cualquier otra zona, es de obligado cumplimiento hacer un arduo esfuerzo por traducirla y hacerla comprehensible. Porque nuestro lenguaje del vino es pura ceremonia de confusión y no tenemos ninguna culpa, pero así es. Para empezar, y volviendo a mi tierra, el término fino, por ejemplo. ¿Es que no es fino un gran vino de Rioja? Reserva, otra expresión confusa… reserva de mi padre, de mi tio Alvaro? Crianza, que en portugués suena a criaturas, a niños… ¿y que decir de la expresión pago? Denominación marca, asociación…? Una lengua tan extraordinariamente rica como la nuestra se muestra enormemente cicatera a la hora de hablar de vinos, que es uno de nuestros grandes potenciales.

Personalmente cambiaría muchas terminologías admitidas y contempladas en todos los estatutos habidos y por haber, y en todas las denominaciones de origen y reglamentos. Pero no lo pretendo. No es tema urgente. Hay cosas mucho más prioritarias, no nos engañemos. Una de ellas, por ejemplo, enseñar al que no sabe, o al que cree que sabe mucho pero no se atreve a preguntar, por no quedar mal. Y esto conlleva un mayor esfuerzo en el lenguaje y bajarse al pueblo, que es el que finalmente compra.

Seamos humildes, expresivos, comunicativos y olvidémonos de los maestros mentecatos, de lenguaje críptico que alimentan su vanidad. El vino es para todos y hay que disfrutarlo.

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