Parece que todo el mundo se ha empeñado en tener razón. Cuanta gente hay por ahí deseando encontrar la piedra filosofal y dar con la puñetera fórmula mágica de la gastronomía actual, una vez más. En tener razón. Solo ellos y nadie más.
Hace poco leí una regla de salud mental que dice así: aprender a distinguir quién merece una explicación, quien sólo una respuesta y quién absolutamente nada. Pues en eso ando, intentando encontrar lo bueno en cada uno de los platos, tapas o platillos, con los que me encuentro y me enfrento, sin mayor explicación, por puro gozo, por vicio, por gula capital.
Y mientras tanto, miles de sabelotodo andan discutiendo a voz en grito, olvidándose de lo más importante: disfrutar. Disfrutar de la mesa, del mesonero y del cocinero, de la tapa y del tapeo o de la compañía y del compañero.
Cansado ya de sentirme defraudado, maldiciendo por sentirme imperfecto, no quiero ser por más tiempo participe de esta absurda farsa. Harto de estar harto de tantos críticos, de tantos blogueros, de innumerables twitteros, de expertos en todo tipo de cuestiones, me declaro en huelga de tenedores caídos.
Quedo por lo tanto, a la espera de que llegue el mesías. Ese que cambie el rictus a la inmensa mayoría, que destape el tarro de las esencias y que dé sentido a este tsunami gastronómico que todo lo invade, que ineludiblemente nos llevará a un hartazgo insoportable.
Respetuoso con los profesionales de toda la vida, con la gente que vive esta sacrificada profesión, lejos de aficionados y cocinillas que piensan que esto de la gastronomía es tarea fácil. Nada más lejos de la realidad.
Y mientras tanto abandono mis prejuicios y la actitud de cuestionar permanentemente todo lo que por nuestra mesa cae, con el firme compromiso de volver a ser un Gourmand, goloso y disfrutón, como el niño gastronómico que algún día fui. Abierto a todo tipo de propuestas con actitud renovada. Inmaculado.
Por último ya sólo les pido y a mí mismo me obligo, a no mirarnos más el ombligo. Disfruten sin más, difícil tarea.
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