Cada vez uso menos la expresión “Salir de Tapas” y es que a día de hoy para mí carece de sentido. Durante años me he maleducado en que salir de tapas consistía básicamente en pedir una caña y esperar, sin darle mayor importancia, un acompañamiento “gratuito”, por tónica general, abundante en panes, frituras y salsas y de dudosa calidad. Efectivamente, el marketing perfecto para innumerables negocios que compiten por atraer al cliente low-cost.
Es de sobra conocido por todos, que Granada es tierra de tapas, pero este modelo que nos define, está tirando por tierra -porque aún pesa más- a aquellos creadores culinarios que apuestan por una cocina en la que prima la calidad sobre la cantidad, en la que el respeto por el producto, por el cliente y por sí mismos está por encima de todo. El estigma que tenemos, por este error de concepto, nos está sacando de la carrera actual de la gastronomía. Ya no vale tan solo quejarse porque lo que más se escucha en la calle es que en nuestra tierra “se come con 2 cañas”. Se les podrá llamar de cualquier manera, pero eso no son tapas. Es hora de reivindicar el apelativo “Tapa” para aquel bocado servido con criterio, con estilo, con profesionalidad y sobretodo con franqueza. Basta de quedarse encerrado en la cocina, basta con no exigir un producto de calidad.
El cliente, por supuesto, también cuenta con un papel fundamental: buscar, comparar y exigir, siempre con educación y siendo consecuente también consigo mismo. Debemos hablar, preguntar e informarnos. Ofrecer nuestro punto de vista siempre que sea constructivo, y por encima de todas las cosas, disfrutar.
La responsabilidad de la educación recae sobre el profesional del arte culinario y es absolutamente necesaria para poder volver a sentirnos orgullosos de “Salir de Tapas”.
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