Aunque pueda parecerlo, esto no va de la silla de San Pedro ni de política ni de jarana, va de lo que va: papas. En cualquiera de sus manifestaciones y variedades. No se ponen de acuerdo, pero parece que las papas que hoy comemos son las descendientes de las papas chilenas, venezolanas y argentinas que irrumpieron en Europa a finales del XVII. Decir que es un alimento básico es redundante y recordar las migraciones masivas como consecuencia de las epidemias que afectaban a estos tubérculos es casi insultante para irlandeses y rusos.
Sólo en España hay más de 120 variedades comerciales, aunque algunos piensen que sólo hubiera media docena, por lo visto en los puntos de distribución. Tempranas, de estación, tardías y viejas por empezar a clasificar. Para cocer, guisar, al vapor, asar, brasear o freir según el destino culinario que se tercie. Las presentaremos fría, tibia o caliente. Las cortaremos redonda fina o gruesa, alargada, en taquitos, en bolas, en bastones de tipo variado: paja, cerilla, bastón, española y pont neuf para presentar con piel o sin ella. El colorido varía: blancas, amarilla, naranjas, rojas, marrones, negras y hasta violetas y azules para impresionar.
Todo un tratado de cortes, de anchuras, de larguras y de tamaños, con técnicas que se van depurando en estos cuatro siglos de su presencia en nuestra gastronomía y que hace que sea uno de los platos principales en la infinidad de recetas que podemos encontrar.
En Brujas, Bélgica hay hasta un museo de la patata frita el Frietmuseum, pues ello se consideran los inventores de esta bomba calórica, a pesar de que los americanos en la primera guerra mundial las bautizaron como las French fries, quizás por hallarse en tierras belgas sin ellos saberlo, la geografía nunca fue su fuerte. Dicen los responsables del museo que la patata frita ha de serlo en dos tiempos, uno a 140º para que por dentro se haga durante 6 a 7 minutos, pasarla por papel absorvente y posteriormente durante un minuto a 170º para dorarlas por fuera.
Es un alimento sano, Santa Teresa lo utilizaba por sus propiedades curativas. Ciertamente provoca que se acompañe con otros alimentos que hacen que se alcance cotas calóricas importantes. La prudencia en su uso es aconsejable, y recordar que ésta, la prudencia, el jamón y el caldo de gallina nunca le sentó mal a nadie. Que las disfruten.
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